La tortuga que no sacaba las patas.

|
Ese día me levanté tarde, girado hacia la derecha, e intenté recordar en qué postura me dormí la noche anterior.
El vaso que estaba encima de la mesa estaba algo sucio, y al grifo le costaba más de lo habitual expulsar el agua llena de cal que me bebí.
La silla tenía una pata rota que había ido dejando, y era algo incómoda.
El mando de televisión estaba muy lejos y la dejé apagada. Tampoco había nada interesante que ver, sólo me gusta tener el ruido de fondo.
Sabía que estaba sólo, y me gustaba pensar que lo sabía. Y que por ello dejaría de sentirlo.
Un vecino abrió la persiana y puso música. Yo nunca las abría. Miré a la puerta, seguía cerrada con candado.
No estaba seguro si seguían dándome aquella pensión, hacía tiempo que no miraba las cartas del banco.
El olor de los armarios me hacía no querer abrirlos.
Me levanté, anduve cierto tiempo y me volví a sentar.
La gotera de la cocina cada vez estaba peor.
No podía recordar cuantos días llevaba haciendo lo mismo. ¿Estaba muerto? ¿Estoy muerto?
No podía estar muerto, la muerte no puede ser tan mala como eso.
Fui hacia la puerta. ¿Debía intentar salir? Me daba miedo. No sabía si quería. Me paré, miré al techo, miré al suelo, y cerré los ojos. Adelante.
Llegué a la puerta.
Olvidé donde puse las llaves del candado.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores