El camión de la basura pasa armando un pequeño escándalo,
por una de las calles que marca su hoja de ruta. El conductor de unos sesenta
años, descuidado, erra en la posición donde debe estar estacionado para
descargar el contenedor, que cae debido al golpe esparciendo toda la basura
acumulada durante todo el día.
-¿Qué pensaba usted que estaba haciendo, eh? -Le grita un
hombre desde la acera, de apariencia elegante. -Imagínese que hubiera una
persona cerca, qué poca responsabilidad. Si sólo tiene un trabajo al menos
hágalo bien.
El hombre se mueve con violencia. Cualquiera diría que su
mente es irracional.
-Tranquilo, hombre, ¿No ves que es un señor mayor?
Bastante tiene con lo suyo. –Le dice otro hombre trajeado igual que él,
mientras que el viejo conductor permanece de pie frente al destrozo que acababa
de realizar, entre confundido y asustado.
El segundo calma al primero con unos flojos pero firmes
golpes en el hombro. Este recapacita con un movimiento de cabeza y ambos se dan
la vuelta, siguiendo su camino juntos por la acera.
-Tu problema es que te preocupan demasiado los
acontecimientos triviales de todo el mundo. Así eres tú, si no no habrías
realizado aquella película tan presuntuosa sobre los misioneros que se van a
África, no contaba nada.
-Sabes que no se trata de eso. ¿Viste su cara? Ese hombre
no estaba capacitado para hacer su trabajo, por el amor de dios, dudo que pueda
incluso vestirse solo.
-Ambos sabemos cuál es realmente tu problema, yo mejor
que nadie. -Le sonríe con una pizca de superioridad simpática.
-Es un problema si tú quieres que lo sea. Yo no encuentro
el problema en que alguien se preocupe del mundo y quiera poner un poco de
orden.
-¿Para qué quieres ordenar el caos, amigo mío? ¿De qué
sirve, si no es para enfadarse con uno mismo? Es como gritar a una pared en
blanco. La única manera de sobrevivir es dejarlo estar.
-Lo tuyo sí que es un problema, eres demasiado hedonista.
-¿Y eso es un problema, por...?
-Nunca acabas nada de lo que empiezas, te has ido de dos
películas a medias en las que tenías contratos. Tienes suerte de que nunca te
haya dirigido.
-Eso es precisamente porque tengo un poco de amor propio.
En sus contratos no hablaban de sus pocas capacidades. Yo nunca dejaré una
buena película.
-Eso no acabará con tus costumbres acomodadas, demasiado
acomodadas.
-Pero eso no es el mismo problema, amigo.
Los dos se paran frente a un pequeño y viejo bar de
barrio, saben con exactitud los pasos que tienen que dar. Se miran con desdén.
-Nuestro problema, querido -le dice el segundo al primero
-es en raíz el mismo. Sólo variamos en el desarrollo.
El primero observa al segundo. No está seguro de haberlo
podido razonar bien, pero cree no estar de acuerdo. Lo deja estar, entran a
tomar un café.
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