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Haikus:

Desde la estufa
ella mira tranquila.
Humo en el reloj.


Observo el techo,
el sol desaparece.
Pared húmeda.


El mirlo calla,
luz tras las hojas muertas,
monte marchito.





Tankas:

Pelo caduco,
el otoño te sigue,
yo te observo.
Tu cuerpo translúcido
al que no alcanzaré.


El agua cae
fuerte en las grandes rocas.
Vencen los días
y el sentimiento da
peor en mi corazón.


Tiempo perdido
esperando tus ojos.
Cae la niebla.
El invierno no cambia
aunque sea desidia.



Libre:

Ya no te importan tus monedas, mujer sin hogar.
Te abrazas a tus recuerdos como espinas de rosas,
y lloras de forma tan dramática.
Vuelvo y sobre el puente ya no estás,
la lluvia ocupa tu sitio y los niños siguen riendo
en la fiesta de navidad.
Ya no te importan tus monedas, mujer sin hogar.


No puedo ser poeta porque vivo pero no vivo,
y tengo un agujero en medio del tamaño de un dedal
y por dentro veo, pero soy ciego.
Tú puedes mirar si quieres, me dejaré, no importa.
Se mira pero no se toca.
Pero no encontrarás universos, sólo esquinas y callejones,
repleto de acantilados donde muero, pero no muero.


Ni los versos de Heaney ni el oscuro frío irlandés
pudieron enfriarme el alma igual que aquella mujer,
que entre bares y tiendas cantaba su mantra de estrofas
y golpeaba a su guitarra con un ritmo cansado:
-Pum, pum, pum.
Me hablas mejor tú con tus presencias infinitas 
que cien charlatanes llenos de razón.

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